¿Qué se se pide al soplar las velitas de los dos años, V?
Decime, decime y lo anotamos.
¿Acaso se pide algo? Para mí que no,
que por entonces la vida basta tal como es.
No debe existir un ahora tan aboluto como a esta edad tuya.
Escribamos eso en un papelito,
no el deseo que podría ser sino este instante
-que es pasado y es presente y es futuro-
como deseo permanente
y guardémoslo en una caja con el par de medias que estrenaste al nacer
y el primer raspón que te hiciste en las rodillas, el mayo pasado,
cuando te largaste a caminar.
Enmarquemos esa foto que nos sacamos con papá en Madryn
antes de que empezara nuestro invierno.
Traeme las zapatillas rojas y negras talle 23, total no te entran más.
Arranquemos goma espuma de las almohadas de la cama grande
como comprobante de que aún dormimos juntos,
con registro de las veces en que quiero devolverte las patadas
y otras en las que sólo me rindo a la noche
porque siento tu brazo rodeándome el cuello.
No, hagamos de cuenta que los berrinches no entran en la colección.
Ni mis gritos viscerales, obviamente.
Recortemos un pedazo de las paredes que rayaste con crayón.
Dame una miga de las medialunas que te regalan las panaderas del barrio
o una pizca de todos los helados de crema del cielo de este verano.
Alcanzame un pata de la silla
que aprendiste a arrimar para llegar hasta la perilla de la luz.
Metamos al menos cinco segundos de esas mañanas en que despertás
y tarareás algo que suena como el arroz con leche.
Quiero uno de tus rulos despatarrados. Esperá que busco la tijera.
Y tomá mi cielo, guardemos también este link
con tu risa
que se viraliza.
Vení, pongámosle un moño a la caja,
hagamos de cuenta que es un regalo de mentirita.
Un regalo que hoy nos hacemos para los tres por estos dos años juntos.
Aquí vendremos a meter las narices cada vez que se nos de la gana,
sólo para recordar,
amor de todas nuestras vidas posibles,
que los años difíciles no existen si no perdemos de vista lo importante:
las aproximaciones cotidianas a la felicidad
que llegan siempre con vos.