1. A mí siempre me gustaron los niños. Los niños que cuando lloran se devuelven a las madres.
2. Las madres que solo hablan de sus hijos no te ayudan a que quieras tener los tuyos. Lo supe un domingo a la tarde cuando me reuní por primera vez con tres compañeras del trabajo que tenían niños chiquitos. Nos juntamos en la casa de la que había parido ese mes. La puérpera nos recibió con la beba en brazos, no paraba de llorar. En lugar de decir “hola”, dijo: “son cólicos”.
Adiviné lo que se venía. Las madres se embarcaron en una conversación acerca de pedos, masajitos en la panza, cantidad de veces que cagan los bebés al día, culos paspados, mamaderas y mocos que pueden salir por los ojos.
Yo cebaba mate. No servía para otra cosa. Me aburrí con culpa. Hasta perdí el ánimo para preguntar qué era el óleo calcáreo. Y me fui a la media hora, inventando una mala excusa. El episodio trajo cola y recomendación:
– Si alguna vez me convierto en una madre monotemática, denme una cachetada así reacciono.
3. Los obstetras que te dicen “mamita” me repelen.
4. Es de jodidos mandarte a dormir. Las horas de sueño no se pueden meter en plazo fijo para que te den intereses. Ni siquiera hay posibilidades de ponerlas en el freezer para que aguanten un par de meses. Dormir mucho no será reparador cuando nazca el crío y le des la teta cada 3 horas.
Por eso, el consejo menos práctico que se le puede dar a una embarazada es: “aprovechá a dormir ahora”. Además de ser desalentador que todo el tiempo alguien te esté recordando las noches de mierda que te esperan, es de una maldad tremenda.
5. Las embarazadas a las que les preguntan de cuánto están y contestan en semanas me caen mal. Dicen: 17, 28, 33. Ajá. ¿No es más fácil redondear en meses? Decir: 4, casi 6, voy para los 8. No. Les encanta obligarte a hacer el cálculo.
6. Escuchar el llanto de un bebé a la madrugada saca lo peor de una. Las ventanas de nuestro departamento dan al pulmón de manzana. Los últimos meses del embarazo, pleno verano, solían estar abiertas. Una noche me despertó el alarido de una criatura. Porque no es llanto, es una especie de quejido agudo, filoso.
Me levanté, cerré la ventana, fui de excursión a la cocina, hice pasadita por el baño y volví a la cama. El llanto seguía. Quise meter la cabeza debajo de la almohada, pero ya no me podía poner boca abajo así que me arrinconé contra algúndíamarido. Tenía taquicardia. Me desveló la incómoda sensación de no estar preparada para eso. ¿Qué haría yo cuando mi niño llorase de esa manera? ¿Tendría alguna reacción diferente al deseo compulsivo de tirarme por la ventana?
7. El baby shower es de las celebraciones más absurdas jamás inventadas. En vez de darle la bienvenida anticipada al bebé se debería despedir la vida de la futura madre tal como la conoce. Decirle chau a la tipa bien peinada que a veces hasta se delineaba los ojos. Chau a la que llegaba agotada y se acostaba a domir hasta el otro día. Chau a la que se bañaba con la puerta cerrada, a la que tenía tiempo para ponerse la crema de enjuague. Chau al canal Sony, a los libros en la mesita de luz, a Calle 13. Chau a la persona que no tenía que tomar decisiones trascendentales como mearse encima o sentarse en el inodoro con el bebé upa para que no se despierte.